A través de los años por Liberace

viernes, 26 de octubre de 2012

CARNAVAL DE HANNA-BARBERA



Algo para Recordar

La vida es apenas un instante. Muchas cosas hoy están y mañana no. Igual pasa con las personas. Quizá el final se convierta en principio y todo vuelve a empezar. No lo sé. Pero estoy convencido que en esa sucesión de instantes mágicos, que en ese contar constante de nuestro cuento de vida, los recuerdos de la niñez permanecen con cada uno de nosotros a lo largo de todo el sendero…

Recuerdo el paisaje de los barrios de la ciudad que recorrí siendo niño y los rostros de la gente que coincidió conmigo en aquella entrañable etapa de mi vida. Recuerdo las casas que habité en mi niñez. Recuerdo sus patios y las calles y los jardines en que jugaba. Recuerdo a mis hermanos, primos y amigos, en un ir y venir constante de risas y juegos.

No creo que aquellos espacios se diferenciaran mucho del resto de las calles, jardines, patios y casas que había en la gran ciudad... Sin embargo, aquellos sencillos lugares se convirtieron en el espacio perfecto para que volaran la imaginación y los sueños del niño que una vez fui…

Por eso,  a pesar de tantos años, sigo evocando con la emoción de siempre, las imágenes que hicieron de mi niñez una época inolvidable… Mis años maravillosos…
Carnaval de Hanna-Barbera
Entre 1971 y 1972, las tienditas de la esquina, las papelerías y uno que otro estanquillo de la Ciudad de México, lucían en sus anaqueles un álbum de estampas que llegó a ser un símbolo emblemático para los niños de mi generación: Carnaval de Hanna-Barbera. La colección se componía de 365 cromos a todo color y en ellos se presentaban diversas historias de los personajes de dibujos animados que viven en mi recuerdo y que llenaron de alegría e ilusión mis tardes de niño.

Jamás creí que volvería a tener en mis manos aquel viejo álbum de estampas que el tiempo me robó un día. Y ese mismo tiempo -a 40 años de distancia-, irónicamente me ha regalado la ocasión para volver a tenerlo conmigo…
 
Es increíble pero lo veo una y otra vez y no me canso de hojearlo. No tiene nada de extraordinario salvo que en sus páginas se guarda el recuerdo de mucha gente que conocí y que he dejado de ver (a mi álbum le faltan 5 estampas).
 
 



Cursaba el segundo año de Kinder o quizá el primer año de la Primaria y para los niños como yo, que nacimos en los últimos años de esa sutil mentira que los economistas e historiadores llaman el desarrollo estabilizador, los días y sus noches estaban llenos de magia y de color.

En aquel tiempo, mi ciudad se vestía toda de lila para recibir a la primavera. Los niños podíamos caminar por sus calles llenas de historia y coloridas tradiciones, sin miedo y sin pensar siquiera en que la noche con todos sus murmullos nos pudiera sorprender lejos de casa.

Los barrios clasemedieros atestiguaban el crecimiento de la capital. La gente que había abandonado sus pueblos o rancherías en la lejana provincia (como aquel cenzontle que busca en donde hacer nido) se había encargado de formar el nuevo rostro de la capital azteca...  Los estanquillos de doña Romana y don Cata, el establo, el depósito de madera y carbón, la tienda que vendía petróleo, la iglesia, el mercado de la colonia, la panadería, la esquina en la que una señora vendía sus gorditas calentitas de maíz con piloncillo y el carrito de los bolites (paletas redondas de crema de nieve cubiertos de chocolate), permanecen en mis recuerdos tan vivos y tan presentes como en aquellos días de mi infancia.
 
La consola Philips que había en mi casa jamás dejó de tocar los viejos discos de Cri-Crí el Grillito cantor que mi papá compró en su afán de querer regresar el tiempo. Y es que tal vez al tocar esos viejos discos de vinil que corrían a 33 revoluciones por minuto, mi padre volvía a ser niño.



El televisor en blanco y negro (también marca Philips) me trasportaba a los lugares más recónditos del planeta gracias a los cuentos de Cachirulo y su Teatro Fantástico que mis padres me platicaban (nunca vi la serie original pues salió del aire en 1969 y sólo pude ver la retransmisión de algunos capítulos); sin embargo, siempre esperaba ansioso el gustoso premio de disfrutar un chocolatote Express (una de estas latas me sirvió para guardar durante muchos años las canicas de vidrio que había ganado jugando en la calle en por lo menos 8 años).  



 
Aún no existía Televisa pero los canales de aquel entonces (al igual que hoy), ofrecían para los pequeñines la obligada barra infantil que empezaba a eso de las 3 de la tarde. En el canal 8 sintonizaba el programa de Jorge Gutiérrez Zamora y su inolvidable Ciriaca, la calaca tilica y flaca, que encabezaba el club de los niños chupadedo.


Los domingos me organizaba una minidepresión ante la imposibilidad material de aceptar la invitación que por el Canal 2 y en el programa de Chabelo nos hacían El Pecas y Genaro Moreno para viajar a Disneylandia. A falta de viaje, catafixiaba mi tristeza para llenarme de alegría al ver jugar al América de Carlos Reinoso, Enrique Borja, “Pichojos” Pérez, “Popeye” Trujillo, Prudencio “Pajarito” Cortés, “Campeón” Hernández, Osvaldo Castro “Pata bendita” y muchos más.


 
El Canal 5 ofrecía la mejor barra de caricaturas y el segmento estelar corría a cargo de Ramiro Gamboa, el inolvidable Tío Gamboín. ¿Cómo olvidar a Pacholín, a Salchichita, a Pacho y a Platillotes luciendo su mejor sonrisa cuando nos cantaban las mañanitas? Tampoco puedo dejar de recordar a Corcolito, el informante por excelencia de nuestro tío. La apariencia de este singular personaje en la pantalla del televisor estaba dada por una serie de efectos a mis ojos extraños y misteriosos que lo hacían flotar a un costado de la imagen siempre amable del Tío. Corcolito tenía una forma por demás extraña, algo así como un romboide que parpadeaba y –según me parecía-, cambiaba de color.


 

Topo Gigio y La Familia Telerín en los canales del Telesistema Mexicano nos mandaban a la camita en punto de las 8 de la noche.  Llegan a mi mente como un vago rumor, los recuerdos del programa Telekinder que conducía Pepita Gomiz y aquellos en los que aparecía Bozo el payaso, en los que Genaro Moreno promocionaba las hamburguesas Súper Chamacón que se vendían en Burger Boy, acompañadas de una deliciosa malteada Bonafina.




 














Mis caricaturas favoritas podía verlas a través de los canales 5, 8 y 13 (este último pertenecía al gobierno federal) y eran aquellas que precisamente estaban en el álbum de estampas que ahora traigo a colación.

Además, los pastelitos Tuinky Wonder editaron en aquel tiempo una colección con las figuras elaboradas con plástico de tan simpáticos personajes. Por cierto, el autor del gingle con el que se promocionaban los Tuinkys era Nacho Méndez y la cancioncita decía algo que iba más o menos así: Con mucho gusto, Tuinky Wonder, delicioso, Tuinky Wonder, muy sabroso, Tuinky Wonder,  ¡qué rico pastel!  (eran 45 figuras y además, se editó un coleccionador de cartón para pegarlas).


 
Con apenas unos centavos en la bolsa, acudía a la tienda a comprar un sobre para empezar a llenar mi álbum. Recuerdo que contemplé durante varios minutos las 5 estampitas que brotaban de aquel sobre, con mis ojos llenos de asombro y fascinado ante tanto color y alegría que de ellas se desprendía. Ningún cromo coloqué en mi álbum que guardaba en un lugar secreto de la casa intentando cuidarlo como el más valioso tesoro que poseía pues a la mañana siguiente, ya sea a la hora del recreo o a la salida, las jugaría a la suerte de los volados con los niños más distraídos de la escuela para garantizar el éxito de mi empresa. Sabía que si me juntaba con los riquillos del salón, algunos de ellos me obsequiarían las estampas que tenían repetidas o que de plano no les gustaran.



Y así, entre volado y volado y una que otra generosa dotación de estampas de mis cuates los aristócratas del barrio (sí, esos ricos a quienes el presidente Echeverría culparía de los males de este país), bien pronto pude ver completado mi álbum. ¿En dónde está?, me preguntaba hace apenas unos días… Creí que era una de las tantas cosas que se llevó el tiempo pero no, otra vez está aquí conmigo.

Aquellas añejas caricaturas de Hanna-Barbera fueron los dibujos animados de mi niñez. Estoy seguro que constituyen en la memoria colectiva de mi generación una parte importante del repertorio de las cosas que hoy, gracias al paso del tiempo, nos resultan entrañables y que jamás podremos olvidar.

En los siguientes apartados, voy a referirme a cada una las partes en que se encuentra dividido el Carnaval de Hanna-Barbera.   Intentaré presentar algunas estampas y además, realizaré un breve comentario sobre cada uno de los personajes que en él aparecen.